Siempre he oído que la soledad es estar rodeado de gente y sentirte solo.
Quizá sentir que la gente de tu alrededor no te llena suficiente hace que te sientas solo y triste, porque este tipo de soledad suele venir acompañado de este tipo de sentimientos. De dudas de todo tipo, desde llegar a preguntarte si la gente que está a tu lado son realmente amigos o simplemente los has idealizado hasta dudar si te has confundido en tu camino y les haces culpables a ellos de tus errores.
Sin embargo creo que hay un dolor mucho mayor y una soledad mucho más profunda que aquella en la que dudas de la gente que está a tu lado.
Yo la llamo la soledad de la soledad. Cuando estás sólo en tu casa, en un parque o donde sea y sientes que esa soledad es preconcebida, cuando te das cuenta de que en el fondo si tú estás ahí sólo es porque realmente quieres, cuando descubres que prefieres estar así y en el momento preciso de llevar a cabo tu elección, te siente vacio, te sientes como una sombra, la cual todo el mundo ve pero todos pisan, la cual siempre te acompaña aunque se esconde con el sol, la que siempre va a tu vera pero a la que nunca prestas atención, asumiendo que está, sin más.
Descubres la verdad de tu vida, que estás sentada en cualquier lugar y que nadie te va a ir a buscar, que ni siquiera nadie te va a echar de allí, que los minutos pasan al igual que la gente y las cosas y que tú podrías quedarte en ese mismo sitio como espectadora de cualquier obra de teatro ensimismada con la función que ves.
Entonces llega el momento de cerrar las cortinas y bajar el telón y miras a tu alrededor y asumes que es tu decisión el estar ahí sin nada ni nadie, sin tan siquiera espectáculo. Ya no sabes si no los necesitas o has aprendido a no necesitarlos, ni siquiera sabes si los necesitas tanto que te asusta reconocerlo y ante la duda prefieres levantarte y volver a caminar.
Alguna que otra mano encuentras en tu camino, pero las manos, como las personas a las que pertenecen se van a casa cuando hace frío y en esta vida siempre hay un momento en que el frío aparece.
Aprendes que la rabia contenida sólo genera impotencia y más rabia y que la mejor manera de superarla es cuando nadie te ve llorar, cuando ninguna persona asume el cargo de ser tu paño de lágrimas.
Llega el día en que te levantas y tú reflejo te ha abandonado, la persona que te devuelve el espejo no eres tú, es la soledad de la soledad esa que cuando estas solo aparece pero porque tú la llamas, aquella que te encierra entre cuatro paredes pero que te da la llave para que salgas aunque no te diga dónde está la puerta, aquella que te conduce hacia el abismo para que contemples el bello paisaje pero que no te dice como volver. Aquella que todos odiamos pero que no podemos dejar de tener.
Al final asumes que estás solo, que es una forma de vida y que la gente que tienes alrededor no son más que actores en la función de tu vida, que tu papel principal es único y exclusivo y que todo los demás son pasajeros y que como en cualquier obra de teatro, unos se van y otros se quedan, gente nueva llega, algunos de ellos sólo duran un acto o incluso menos... y que como toda obra, llega el momento de bajar el telón, de que la gente deje su papel y vuelva a su vida y mañana mientras que la obra tenga audiencia volverá a abrir sus puertas para interpretar de nuevo la misma función.
24/10/08
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